DIA 16 (23 de noviembre)

Jesús nos dio a su Madre como Madre nuestra

La Virgen se convirtió en Madre de todos los hombres en el momento en que consintió libremente en ser Madre de Jesús, el primogénito entre muchos hermanos. Esta maternidad de María sobre nosotros es superior a la maternidad natural humana (Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador, p. 219), pues al dar a luz corporalmente a Cristo Cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia, engendró espiritualmente a todos sus miembros, a todos nosotros, y Cristo es la fuente de toda vida espiritual: «habiendo llevado en su seno al Viviente -afirma el Concilio Vaticano II-, María es Madre de todos los hombres, en especial de los fieles» (CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 53).

Cuando su Hijo, Jesús, fue clavado en la Cruz, estaban junto a Él María, su Madre, San Juan, el discípulo amado, y algunas santas mujeres. El Señor dirigió entonces a su Madre esas palabras que tanta trascendencia han tenido y tendrán en la vida personal de cada hombre, de cada uno de nosotros: Mujer -dice a la Virgen-, he ahí a tu hijo; luego dice al discípulo: ahí tienes a tu Madre (Jn 19, 27).

Impresiona ver a Cristo olvidado de sí: de sus sufrimientos, de su soledad. Conmueve el inmenso amor a su Madre: no quiere que se quede sola; ve el dolor de María y lo asume dentro de su Corazón para ofrecerlo también al Padre por la redención de los hombres. Conmueve el gesto de Jesús para con todos los hombres, buenos y malos, incluso encallecidos por el pecado, representados en Juan. Nos da a su Madre como Madre nuestra. Jesús nos mira a cada uno, y nos dice: Ahí tienes a tu Madre, trátala bien, acude a Ella, aprovecha este don inefable.

En aquellos momentos, cuando Jesús consumaba su obra redentora, María se unió íntimamente a su sacrificio por una cooperación más directa y más profunda en nuestra salvación. La maternidad espiritual de la Virgen Santísima fue confirmada por Cristo mismo desde la Cruz (JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris missio, 7-XII-1990, n. 23).

Ahí tienes a tu Hijo. «Ésta fue la segunda Natividad. María había dado a luz en la gruta de Belén a su Hijo primogénito sin dolor alguno; ahora da a luz a su segundo hijo, Juan, entre los dolores de la Cruz. En este momento padece María los dolores del parto, no sólo por Juan, su segundo hijo, sino por los millones de otros hijos suyos que la llamarán Madre a lo largo de los tiempos. Ahora comprendemos por qué el Evangelista llamó a Cristo su hijo primogénito, no porque tuviera más hijos de su carne, sino porque había de engendrar muchos otros con la sangre de su corazón» (F. J. SHEEN, Desde la Cruz, Subirana, Barcelona 1965, p. 18); con un dolor redentor, lleno de frutos, pues estaba unido al sacrificio de su Hijo. Comprendemos bien que la maternidad de María sobre nosotros, siendo de un orden distinto, es superior a la maternidad de las madres en la tierra, pues Ella nos engendra a una vida sobrenatural y eterna.

Ahí tienes a tu hijo. Estas palabras produjeron un aumento de caridad, de amor materno por nosotros, en el alma de la Virgen; en el corazón de Juan, un amor filial profundo y lleno de respeto por la Madre de Dios. Éste es el fundamento de una honda devoción a la Virgen.

Podríamos preguntarnos en este día el lugar que ocupa la Virgen en nuestra vida. ¿La hemos sabido acoger como Juan? ¿La dejamos con frecuencia sola? ¿La llamamos muchas veces Madre, Madre mía...? ¿La tratamos bien?
(lectura tomada de: http://www.mariologia.org/devocionesnovenasalainmaculada01.htmNovena a la Inmaculada del Padre Francisco Fernández Carvajal)


canción para hoy: Salve Regina