DIA 4 (11 de noviembre)


- Santa María, Templo de Dios vivo, enriquecida por los dones del Espíritu Santo.

Dichosa eres, Virgen María, morada consagrada del Altísimo... (Cfr. MISAS DE LA VIRGEN MARIA, La Virgen, templo del Señor. Antífona de comunión).
En las letanías lauretanas llamamos a María Domus aurea, Casa de oro, recinto de muchísimo esplendor. Cuando una familia habita una casa y la convierte en un hogar, éste refleja las peculiaridades, aficiones y preferencias de sus habitantes. La casa y quienes la habitan constituyen una cierta unidad, como el cuerpo y el vestido, como el conocimiento y la acción. En el Antiguo Testamento, el Tabernáculo primero, y más tarde el Templo, era la Casa de Dios, donde tenía lugar el encuentro de Yahvé con su Pueblo. Cuando Salomón decidió construir el Templo, los Profetas especificaron los materiales nobles que se habían de emplear, la abundancia de madera de cedro en el interior, revestida de oro... Lo mejor que tenían a su alcance había de emplearse en su construcción, y los mejores artífices serían los que trabajarían en él. Cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios decretó su venida al mundo, preparó a María como la criatura adecuada donde Él iba a habitar durante nueve meses, desde su Encarnación hasta el Nacimiento en Belén. En Ella, Dios dejó la huella de su poder y de su amor. María, Domus aurea, el nuevo Templo de Dios, fue revestida de una hermosura tan grande que otra mayor no fue posible. Su Concepción Inmaculada y todas las gracias y dones con que Dios enriqueció su alma estaban dirigidos en orden a su Maternidad divina (Cfr. SANTO TOMAS, Suma Teológica).
Se comprende bien que el Arcángel Gabriel, al saludar a María, se mostrara lleno de respeto y de veneración, pues comprendió la inmensa excelencia de la Virgen y su intimidad con Dios. La gracia inicial de María, que la disponía para su Maternidad divina, fue superior a la de todos los Apóstoles, mártires, confesores y vírgenes juntos, los que han vivido y los que vivirán hasta el fin de los tiempos, más que todas las almas santas y que todos los ángeles creados desde el origen del mundo (Cfr. R. GARRIGOU-LAGRANGE, La Madre del Salvador, p. 411 ss). Dios preparó una criatura humana de acuerdo a la dignidad de su Hijo.

Cuando decimos que María tiene una dignidad «casi infinita» se quiere indicar que es la criatura más cercana a la Santísima Trinidad y que gozó de un honor y majestad altísimos, del todo singulares. Es la Hija primogénita del Padre, la predilecta, como ha sido llamada tantas veces en la tradición de la Iglesia y ha repetido el Concilio Vaticano II (Cfr. CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 53). Con Jesucristo, Hijo de Dios, Nuestra Señora mantiene la estrecha vinculación de la consanguinidad, que le hace tener con Él unas relaciones absolutamente propias. Del Espíritu Santo es María Templo y Sagrario (Cfr. JUAN PABLO II, Enc. Redemptoris Mater, 25-III-1987, 9). ¡Qué alegría poder contemplar siempre, pero de modo particular en estos días de la Novena a la Inmaculada, que tenemos una Madre tan cercana a Dios, tan pura y bella, tan próxima a nosotros! «-¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia!...

»-Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole:

»Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo... ¡Más que tú, sólo Dios!» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 496).
(lectura tomada de: http://www.mariologia.org/devocionesnovenasalainmaculada01.htmNovena a la Inmaculada del Padre Francisco Fernández Carvajal)

canción para hoy: Canto a María