DIA 17 (24 de noviembre)

Madre amable, acogedora, de mirar misericordioso

Maternidad quiere decir solicitud y desvelo por el hijo. Y esto se da en la Virgen por todos los hombres. Intercede por cada uno y obtiene las gracias específicas y oportunas que necesitamos. Jesús dice de sí mismo que es el Buen Pastor que llama a sus ovejas, a cada una por su nombre, nominatim (Cfr. Jn 10, 3); algo parecido sucede con la Virgen, Madre espiritual de todo hombre en particular. Lo mismo que los hijos son diferentes y únicos para su madre, así somos todos para Santa María. Ella nos conoce bien, nos distingue en la lejanía de cualquier otro, nos llama por nuestro nombre con un acento inconfundible. Su maternidad alcanza a la persona entera, al cuerpo y al alma. Pero su acción maternal, sobre el cuerpo también, está orientada «a restaurar la vida sobrenatural en las almas» (Cfr. CONC. VAT. II, Const. Lumen gentium, 61), a la santidad, a una identificación más perfecta con su Hijo. En esta tarea maternal, la Virgen es la colaboradora por excelencia del Espíritu Santo, Aquel que da la vida sobrenatural y la mantiene.

Esta maternidad de María no es la misma para todos los hombres. María es Madre de un modo excelente de los bienaventurados del Cielo, que ya no pueden perder la vida de la gracia. Es Madre de modo perfecto de los cristianos en gracia, porque éstos tienen la vida sobrenatural completa. Es Madre de quienes están alejados de Dios por el pecado mortal, con los que ejerce su misericordia continuamente para atraerlos a la amistad con su Hijo; por eso, la Virgen es nuestra mayor ayuda en todo apostolado. Nuestra Señora es también Madre de aquellos que incluso no están bautizados, ya que están destinados a la salvación, pues Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (Cfr. J. IBAÑEZ-F. MENDOZA, La Madre del Redentor, pp. 237-238).

La Virgen, Madre por excelencia, tiene siempre para nosotros una sonrisa en los labios, un gesto acogedor, una mirada que invita a la confianza; siempre está dispuesta a entender lo que ocurre en nuestro corazón; en Ella debemos descargar las penas, aquello que más nos pesa. Ella se hace querer por todos, es amable por excelencia: «se hizo toda para todos; a los sabios y a los ignorantes, con una copiosísima caridad, se hizo deudora. A todos abre el seno de la misericordia, para que todos reciban de su plenitud: redención el cautivo, curación el enfermo, consuelo el afligido, perdón el pecador» (SAN BERNARDO, Homilía en la octava de la Asunción, 2).

Especialmente en las dificultades, o cuando no tenemos los medios que necesitamos, en las tentaciones, en posibles momentos de desvarío, debemos acudir confiadamente a Ella: Madre, Madre mía... Monstra te esse matrem! ­Muestra que eres Madre!, le hemos dicho tantas veces.

Quizá en alguna ocasión nos encontremos enfermos del alma, y entonces acudiremos a Ella -Salus infirmorum, salud de los enfermos- con la seguridad de no ser rechazados. Ninguna experiencia, por dura y negativa que pueda ser o parecer, nos debe desalentar. Siempre encontraremos en Ella a la Madre amable, acogedora, de mirar misericordioso, que nos recibe con ternura y facilita -incluso hace más corto- el camino que perdimos. Y si arrecian las dificultades, en el alma o en la vida corriente, la llamaremos con más fuerza, y se dará prisa para protegernos. «¡­Madre! -Llámala fuerte, fuerte. -Te escucha, te ve en peligro quizá, y te brinda, tu Madre Santa María, con la gracia de su Hijo, el consuelo de su regazo, la ternura de sus caricias; y te encontrarás reconfortado para la nueva lucha» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 516).
(lectura tomada de: http://www.mariologia.org/devocionesnovenasalainmaculada01.htmNovena a la Inmaculada del Padre Francisco Fernández Carvajal)


canción para hoy: Oh María, Madre Mía