DIA 8 (15 de noviembre)


Dios nos llama.

«Este hecho fundamental de ser la Madre del Hijo de Dios supone, desde el principio, una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión» (JUAN PABLO II, loc. cit.- ). En este día de la Novena a la Inmaculada, la Virgen nos enseña a estar siempre abiertos a Dios en una entrega plena a la llamada que cada uno recibe del Señor. Ésta es la grandeza de una vida: poder decir al término de la misma: Señor, he procurado cumplir siempre tu voluntad, no he tenido otro fin aquí en la tierra.
La vocación a la que hemos sido llamados es el mayor don recibido de Dios, para lo que nos ha creado, lo que nos hace felices, para lo que ha dispuesto desde la eternidad las gracias necesarias. A todos nos llama Dios, y algo importante a sus ojos quiere de nosotros, desde el momento en que creó, directamente, un alma inmortal irrepetible y la infundió en el cuerpo que recibimos también de Él, a través de nuestros padres. En conocer la voluntad de Dios y llevarla a cabo consiste la grandeza del hombre, que se hace entonces colaborador de Dios en la obra de la Creación y de la Redención. Encontrar la propia vocación es encontrar el tesoro, la perla preciosa (Cfr. Mt 13, 44-46). Gastar todas nuestras energías en ella es encontrar el sentido de la vida, la plenitud del ser. A unos pocos llama Dios a la vida religiosa o al sacerdocio; «a la gran mayoría, los quiere en medio del mundo, en las ocupaciones terrenas. Por lo tanto, deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas: a la fábrica, al laboratorio, al trabajo de la tierra, al taller del artesano, a las calles de las grandes ciudades y a los senderos de montaña», y allí deben «actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 105).
Contemplando la vocación de Santa María comprendemos mejor que los llamamientos que hace el Señor son siempre una iniciativa divina, una gracia que parte del Señor: No me habéis elegido vosotros a Mí, sino que Yo os elegí a vosotros (Jn 15, 16.). No pocas veces se cumplen al pie de la letra las palabras de la Escritura: Mis caminos no son vuestros caminos... (Is 55, 8). Lo que habíamos forjado en nuestra imaginación, con tanta ilusión quizá, poco tiene que ver a veces con los proyectos del Señor, que son siempre más grandes, más altos y más bellos.
La vocación no es tampoco la culminación de una vida de piedad intensa, aunque normalmente sea necesario un clima de oración y de amor para entender lo que Dios nos dice calladamente, sin mucho ruido. No siempre coincide con nuestras inclinaciones y gustos, de ordinario demasiado humanos y a ras de tierra. No pertenece la vocación al orden del sentimiento, sino al orden del ser; es algo objetivo que Dios nos tiene preparado desde siempre. En cada hombre, en cada mujer, se cumplen las palabras que San Pablo dirige a los cristianos de Éfeso (Ef 1, 4), y que en tantas ocasiones hemos meditado: Elegit nos in ipso ante mundi constitutionem..., nos eligió el Señor, ya antes de la constitución del mundo, para que fuéramos santos en su presencia.Dios busca para sus obras, de ordinario, a personas corrientes, sencillas, a las que comunica las gracias necesarias. Enseña Santo Tomás de Aquino, aplicándolo a la Virgen, pero válido para todos, que «a quienes Dios elige para una misión los dispone y prepara de suerte que sean idóneos para desempeñar la misión para la que fueron elegidos» (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4 c). Por eso, si alguna vez se hace cuesta arriba nuestro cometido, siempre podremos decir: porque tengo vocación para esta misión, tengo las gracias necesarias y saldré adelante. Dios me ayudará si yo pongo lo que esté de mi parte.
El Señor puede preparar una vocación desde lejos, quizá desde la misma niñez, pero también se puede presentar de un modo súbito e inesperado, como le ocurrió a San Pablo en el camino de Damasco (Cfr. Hech 9, 3). Dios se suele valer de otras personas para preparar una llamada definitiva o para darla a conocer. Con frecuencia son los mismos padres los que, sin apenas darse cuenta, cumpliendo su misión de educadores en la fe, disponen el terreno en el que germinará la semilla de la vocación, que sólo Dios pone en el corazón. ¡Qué grandeza ser así instrumentos de Dios! ¿Qué no hará el Señor por ellos? Otras veces se vale de un amigo, de una moción interior que penetra como espada de dos filos, y, frecuentemente, de ambas cosas a la vez. Si existe un verdadero deseo de conocer la voluntad de Dios, si se ponen los medios sobrenaturales y el alma se abre en la dirección espiritual, Dios da entonces muchas más garantías para acertar en la propia llamada que en cualquier otro asunto. «¿Quieres vivir la audacia santa, para conseguir que Dios actúe a través de ti? -Recurre a María, y Ella te acompañará por el camino de la humildad, de modo que, ante los imposibles para la mente humana, sepas responder con un "fiat!" -«hágase!, que una la tierra al Cielo» (J. ESCRIVA DE BALAGUER, Surco, n. 124). Audacia que será necesaria en el momento en que el alma responde a Dios y sigue la vocación, y luego muchas veces a lo largo de la vida, porque Dios nos llama cada día, cada hora. Y en alguna ocasión nos encontraremos con «imposibles», que dejarán de serlo si somos humildes y contamos con la gracia, como hizo Nuestra Madre Santa María.
(lectura tomada de: http://www.mariologia.org/devocionesnovenasalainmaculada01.htmNovena a la Inmaculada del Padre Francisco Fernández Carvajal)

canción para hoy: Junto a Tí, María